¡Hola! En esta mini entrada, le cederé el teclado a mi gatita Mia. Les presento su debut como autor gatuno.
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A las 10.45 de la noche me despierto y Sofi está estudiando el Romanticismo. Lleva ya dos días viendo pinturas de tragedias, sangre, guerras, demonios, y tormentas. Está leyendo un libro, por lo que, naturalmente, tengo que sentarme encima de él. Toda la información contenida en el libro se trasladará hacia mí en cuanto mi pancita haga contacto, así que tengo que abarcar toda el área posible. Ella dice que no le ayudo para nada cuando no la dejo leer, pero que parezco una barra de pan, así que me perdona. (¡Como si me interesara su perdón, mau!)
Por ósmosis estoy aprendiendo que el Romanticismo floreció en las décadas posteriores a la Revolución francesa. Que los artistas buscaron plasmar sus propias visiones en lugar de pintar solo aquello que era popular y aceptado, y que, por ello, perdieron la sensación de seguridad con el público. Empollo que un tema que compartieron los pintores fue la relación del hombre con la naturaleza, que el océano y los bosques y los glaciares los hicieron reflexionar sobre su propia insignificancia. A mí pensar en el océano solo me hace querer atún.

Usualmente prefiero ver pinturas de mis camaradas felinos, pero esta obra llamó mi atención. Mi pancita me dice que se llama La Ola, de Ivan Aivazovsky. Yo veo muchas olas en este paisaje, pero creo que el autor se refiere a aquella que está a punto de hundir el barco, en la parte inferior del cuadro. Me alegra haberle robado su mantita a Sofi, porque solo de imaginarme esta escena se me ponen frías mis orejas. Mis ojos no saben en dónde detenerse: en las nubes oscuras, las personas a punto de ahogarse, la luz de los relámpagos bailando sobre las paredes de agua salada, el barco destrozado por una fuerza incontrolable… Sofi dice que no sabe si le daría más miedo estar en completa oscuridad y con el estruendo de la tormenta, o ver cómo los relámpagos iluminan la aparente infinidad del mar y la lucha incuestionablemente perdida.

Ahora Sofi está escribiendo sobre Kant y la estética de lo sublime dinámico, relacionada con la fuerza de la naturaleza, y de cómo los seres humanos encuentran belleza en el peligro y la tragedia, siempre y cuando sean espectadores y no protagonistas. Mis bigotes se ríen. Yo los veo aferrarse a botes imaginarios y sacar a patadas cualquier indicio de tormenta, y pienso que es bueno que sea un gato y no sepa hablar humano, o les recordaría que son vulnerables incluso cuando se sienten a salvo. Le maúllo a Sofi que las tempestades pueden tomar muchas formas, y que su destrucción puede ser hundir enormes barcos, dormir para siempre a seres queridos, o arruinar equilibrios neuroquímicos, como ella bien sabe. Me contesta que la única defensa que ha encontrado es intentar amar más de lo que las olas pueden dañar. Yo soy un gato y no me preocupo por esas cosas. Si mi plato está lleno, estoy en paz. Si mi plato no está lleno, entonces la tormenta soy yo, mau.
Sofi no me quiere dejar ver videos de leones cazando- dice que me van a dar “malas ideas”-, así que dormiré de nuevo. Antes de cerrar los ojos, me pregunta si me atrevería a nadar bajo la luz de los relámpagos. Yo le contesto en un sueño que nunca le he tenido miedo a nada.
Mau.

Mia me comentó que se inspiró en este poema de Richard Siken: Detail of the Woods
Si se quedaron pensando en el mar, sugiero este video: Pirates of the Caribbean Music and Ambience ~ The Black Pearl
❀ Versión en inglés aquí. La traducción es mía.