
En esta ocasión, la pintura de la que platicaremos tiene un aspecto más extraño y espeluznante que las dos anteriores. Se trata de El aquelarre (1798-99), de Francisco de Goya y Lucientes. En la obra, que actualmente se encuentra en el Museo Lázaro Galdiano, podemos ver al Diablo, en forma de cabra, rodeado por un grupo de brujas. La cabra posee grandes cuernos y lleva una corona de hojas de parra, aludiendo a la iconografía de Baco o Dionisio. Baco era el dios de la vid, el vino, la fertilidad y el teatro, pero también de la locura ritual y el éxtasis religioso, que es lo que nos interesa ahora. El Diablo, al estar en el centro del círculo, y por la manera en que tiene sus patitas delanteras alzadas, parece estar actuando como sacerdote en un ritual. No quisiera faltarle al respeto a este Señor Diablo-Cabra, pero, si nos enfocamos en su rostro, ¿no les parece que se ve algo perdido? No estoy muy segura de cómo es exactamente el aspecto de la maldad pura, pero este Diablo se ve más bien sorprendido de estar sentadito ahí, y cuestionándose exactamente por qué le están ofreciendo niños.

El cuadro parece película de terror pero, en el momento en el que Goya realizó la pintura, era una creencia popular que el Diablo se alimentaba de fetos y niños pequeños. Las infames brujas eran las encargadas de proporcionarle los sacrificios, como podemos observar en esta obra. A la derecha de la composición, dos mujeres le ofrecen al Diablo dos niños vivos, uno de ellos esquelético, y el otro de apariencia más saludable. Es posible que, por la apariencia marcadamente diferente del niño saludable, y por la manera en la que la cabra extiende su patita hacia su rostro, se trate de una ceremonia de iniciación, y no que vaya a convertirse en la cena.

Por otro lado, a la izquierda de la cabra, una mujer tiene un poste apoyado en su hombro, y de él cuelgan tres fetos humanos, grisáceos y sombríos. A sus pies, vemos un cadáver de un niño pequeño, completamente olvidado, casi perdiéndose entre la arena. Esta imagen es perturbadora por razones obvias, pero quisiera señalar el rostro del niño. Desde el Renacimiento, en Pintura se evitaba mostrar detalles como las cavidades de los ojos o las bocas abiertas con esta expresión, pues era considerado demasiado siniestro y desagradable, pero Goya utilizó este recurso una y otra vez. Al pintar así los rasgos faciales de una persona, no solo fue en contra de lo que se consideraba aceptable en Pintura, sino que nos ofrece un cruel vistazo al interior de un cuerpo vacío. Goya le retira el velo heroico y sentimental a la muerte, y nos muestra solo la decadencia. Al observar el rostro de este pequeño, pienso en las palabras de Ocean Vuong: “¿Dónde está mi cara? ¿Quién tomó mi cara? Ahora solo hay un agujero negro (…) Es como la huella digital de Dios. Justo en mi cara. Aquí, ponle la mano encima… se siente como arena.” [1]


En los inicios de su carrera, Goya se dedicó a pintar para miembros de la realeza, llegando a ser nombrado Miembro de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sin embargo, los temas y el estilo del pintor cambiaron por completo después de experimentar el derramamiento de sangre provocado por las guerras napoleónicas, el restablecimiento de la monarquía absoluta y los horrores de la Inquisición. En lo personal, Goya sufrió el fallecimiento de su esposa, así como una enfermedad grave que lo dejó permanentemente sordo de un oído. Después de este torbellino, Goya solo podía ver en la nobleza— y en la sociedad española en general— un mundo defectuoso e hipócrita, y su trabajo se centró en criticar simbólicamente los vicios y errores de la naturaleza humana. En El Aquelarre, el pintor ataca indirectamente a la Inquisición, al fanatismo supersticioso y a aquellos que se beneficiaban del miedo de las personas para obtener ganancias económicas y políticas.

A pesar de su enfoque crítico, Goya creía que la imaginación y la emoción no podían ser despreciadas (sobre todo en el arte), y que los seres humanos no deberían dejarse gobernar únicamente por la razón. Por estas ideas, Goya es considerado un precursor del Romanticismo, una corriente que se alejó de la racionalidad en el arte y que, en su lugar, se ocupó de los sentimientos, la intensidad, la melancolía y la rebelión. Al elegir este nuevo camino, los artistas comenzaron a representar temas como las fantasías, la locura y los sueños. Cuadros como El aquelarre provocan intencionalmente desasosiego en el espectador: impactan, molestan, se sienten como pesadilla. No solo hay personajes “aterradores”, sino que la ambientación se sitúa en un paisaje nocturno, desolado y desconocido. Las caras borrosas de las brujas detrás del Diablo me recuerdan al confuso instante después de despertar de un sueño perturbador, en el que ya empiezas a olvidar los detalles, pero tu corazón aún no logra calmarse. Los cuadros tardíos de Goya son interesantes precisamente porque te inquietan y te conmueven, pero también te dejan con la sensación de que hay algo de ridículo en el asunto.
Hablemos un poco acerca de las brujas. Seres expertos en magia, adivinación y encantamientos han sido mencionados desde la más remota antigüedad, incluyendo el Código de Hammurabi (a comienzos del segundo milenio a.C.), en la cultura egipcia, en los tiempos de Asurbanipal (en el siglo VII a.C.), y en la Biblia[2]. En sus comienzos, las brujas eran simplemente personas que conocían y utilizaban hierbas medicinales. Sin embargo, durante la Edad Media, los aquelarres comenzaron a ser conocidos como reuniones diabólicas y, aunque tanto hombres como mujeres practicaban la magia, la misoginia arraigada a la cultura causó que la mujer asumiera el rol de ser maléfico[3].

En contra de lo que comúnmente se cree, no fue en la Edad Media cuando hubo más procesos y ataques contra las brujas, sino durante la Edad Moderna— después de que surgió la Inquisición. Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, dos miembros de la Inquisición, publicaron el Malleus Maleficarum o El martillo de las brujas (1486) con todo el apoyo del papa Inocencio VII. Este simpatiquísimo tratado enseñaba cómo reconocerlas, interrogarlas, y torturarlas para que confesaran su pacto con el Diablo, además de que enlistaba los muchos crímenes que cometían. Los autores tenían toda la autoridad y pericia para alegar todo esto ya que, en sus palabras, “¡Bendito sea el Altísimo que hasta ahora ha preservado al sexo masculino de tan grande delito!”. Eran completamente inocentes, pues.

Regresando al Aquelarre, quisiera que prestáramos atención a cómo fueron representadas las brujas. En muchos casos, las mujeres que fueron víctimas de la hoguera fueron acusadas de brujería simplemente porque eran consideradas feas. Gerolamo Cardano, en Sobre la variedad de las cosas (1557), las describe como “macilentas, deformes, de color terroso, con los ojos salidos, y de su mirada se deduce que poseen un temperamento melancólico y bilioso”. En las brujas de Goya podemos ver muchos elementos que la sociedad ha llegado a aceptar como poco atractivos, particularmente en las mujeres: la vejez, la fatiga, la encorvadura del cuerpo, la forma de las narices y de los ojos, el color terroso que menciona Cardano, entre otros. Necesitaríamos mucho más tiempo para discutir este tema, así que por ahora seré muy breve: más allá de las brujas, muchas veces he escuchado decir que las pinturas de Goya son feas, que los dibujos son feos. En parte, es por estas reacciones que es tan fascinante estudiar a este autor. Sí, los temas aparentes son oscuros y difíciles, pero creo que nos dan la oportunidad de cuestionarnos muchas cosas. ¿Por qué algo se nos hace feo? ¿Por qué nos atemoriza? ¿Por qué asociamos lo feo con lo perverso? Las respuestas a estas preguntas pueden parecer obvias a veces, pero creo que es importante, al encontrarse con pinturas de este tipo, intentar ir más allá de la superficie. ¿En dónde nació nuestra idea de fealdad? ¿Estamos a cargo de decidir lo que es bello, lo que es bueno, o solo estamos repitiendo lo que nos enseñaron?

Hemos platicado de muchas cosas en esta entrada, pero me gustaría cerrar este escrito con algo más tranquilo. Por tanto, apreciemos algunos detalles dentro de esta pintura.


[1] The weight of our living: on hope, fire escapes and visible desperation, Ocean Vuong, 2014.
[2] Historia de la Fealdad, Umberto Eco, 2007.
[3] Idem.
Ya que platicamos un poco sobre los inicios del Romanticismo, sugiero Piano trio No.2 in E-flat Major, Schubert
Hola! es una excelente entrada la que nos traes esta vez y es bastante interesante todo lo que nos cuentas. Hace poco vi la película «The Witch» del 2015 y se puede notar una gran influencia de Goya en esta película. Estaría genial que escribieras otra vez sobre las pinturas negras, en especial de Saturno devorando a su hijo. Gracias por tu trabajo.
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¡Gracias por tu comentario! Pondré esa pintura en la lista, también me gusta mucho 🙂
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